jueves, 16 de agosto de 2018

"El fantasma" Alejandro Dolina


               ¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen.
Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres.                                                                                                  James Joyce

El fantasma I
En aquel verano, yo acostumbraba a pasar las tardecitas en la plaza de Devoto. Había descubierto que el lugar era triste, y me parecía conveniente para un hombre como yo. Me había dejado la Mujer Amada y mi dolor incomodaba a mis amigos y familiares.
Un primero de marzo se me presentó el fantasma.
-Buenas tardes. No hace falta que me diga que usted detesta hablar con desconocidos. Seré brevísimo: soy una aparición y lo necesito.
El hombre parecía bastante concreto y hasta tenía un aire familiar, como si nos conociéramos del tren. Le ahorré cualquier manifestación de asombro o controversia.
-Hable.
—Como usted sabrá, un alma en pena es la consecuencia de un desperfecto jurídico de ultratumba. Algunas personas no llegan a merecer enteramente el cielo, el infierno y ni siquiera el purgatorio. Se establece entonces un régimen especial que mantiene al involucrado en situación de espectro por plazos que suelen prolongarse hasta el cumplimiento de unos sucesos determinados. Pues bien, yo era escritor.
Un escritor bastante exitoso. Un editor ingenuo confió en mí y me pagó una fortuna por un libro que todavía no había escrito. Yo me gasté el dinero y me morí antes de completar ni siquiera una página.
Ahora estoy condenado a penar hasta que fuerzas superiores vean terminado el libro que prometí.
— ¿Y por qué no lo escribe?
—No se me ocurre nada. Los seres eternos no pueden escribir. Pero usted puede ayudarme. Escriba para mí.
—Yo tampoco puedo escribir. Amaba a una mujer: yo la miraba y se me ocurrían ideas. Ella ya no está.
El fantasma señaló una flor que llevaba en el ojal.
-Yo tengo lo que usted necesita. Esta flor enamora a la mujer de nuestra vida. Escríbame el libro y se la daré. Doscientas páginas de cualquier cosa.
-Acepto.
—Vaya trayéndome lo que pueda: cuentos, ensayos, poesías, notas...
Yo lo esperaré aquí el primero de cada mes.
Saludó apenas y se fue. Era un fantasma alto.

El fantasma II
El primero de abril me presenté en la plaza de Devoto con algunos escritos antiguos que el decoro y la vanidad me habían impedido publicar. El fantasma ya me estaba esperando. Guardó los papeles en una carpeta, sin mirarlos. Su desinterés me molestó un poco.
¿No los va a leer?
—Estarán bien, calculo. Disculpe si le digo que lo único que me importa es completar las doscientas páginas.
— ¿Usted cree que lo mandarán al cielo?
—No lo sé. Yo sólo quiero salir de esta situación. Para serle sincero, no sé cómo es el cielo.
—Se supone que es un establecimiento que produce agrados.
—Quién sabe. Hay distintas opiniones. Ahí tiene a los vikings. El paraíso estaba reservado a quienes encontraban la muerte en el combate.
Morir de viejo, o en la cama, era un deshonor para esta gente.
Al final de cada batalla, las walkirias recorrían el campo y trasladaban a los muertos al Valhalla. Era un vasto salón techado de escudos de oro, provisto de quinientas puertas. Cada mañana, los bienaventurados salían al campo y combatían. Al anochecer, todas las heridas se curaban, los miembros cercenados volvían a su lugar y quienes habían sido muertos, resucitaban. Y así día tras día, perpetuamente.
¿Usted sabe lo que es morir todos los días?
-Sí.
El fantasma III
Durante todos aquellos meses trabajé como nunca. La esperanza de conseguir la flor prodigiosa me había devuelto la energía. En agosto, el fantasma me preguntó por la Mujer Más Amada.
-¿La ha visto últimamente?
-Muy poco. Me han dicho que sale con un hombre vulgar y que se esfuerza por merecerlo.
El espectro sonrió con discreción y empezó a hablarme del paraíso musulmán.
-Por el Profeta sabemos que hay siete cielos. El primero es de plata y las estrellas cuelgan de la bóveda sostenidas por cadenas de oro.
El segundo cielo es de acero bruñido y Mahoma pudo conversar allí con Noé.
El tercero está hecho de piedras preciosas. Allí está el ángel de la muerte. Se trata de una criatura enorme. Sus ojos están separados por setenta mil jornadas de camino. Se ocupa de mantener al día un libro en el cual se anotan los nombres de quienes nacen y se borran los de quienes mueren.
El cuarto cielo es de plata fina. Un ángel, cuya altura es de quinientos días de camino, derrama ríos de lágrimas causadas, sin duda, por la maldad de los hombres.
En el quinto cielo, que es de oro, vive el ángel de la venganza, cuyo aspecto es adecuadamente horroroso.
El fantasma se puso de pie. Yo miraba la flor milagrosa.
-El sexto cielo es de piedra transparente. El ángel que atiende allí es mitad de nieve y mitad de fuego. Al parecer, se ocupa de tareas de vigilancia.
En el séptimo cielo Mahoma se encontró con una criatura angélica de increíble dimensión. Era más grande que la tierra. Tenía
70.000 cabezas. En cada una de ellas había 70.000 bocas y cada boca hablaba 70.000 lenguas que cantaban la gloria de Dios.
Yo me atreví a objetar que el número de idiomas que presuponía esa cosmología era 70.000 al cubo, lo que implicaba suponer que había más lenguajes que criaturas parlantes. El espectro ni se mosqueó.
—A la derecha del trono divino crece el árbol Cedrat. Sus ramas son más extensas que el espacio que separa el sol de la tierra. Multitud de ángeles se recrean a su sombra y unos pájaros inmortales repiten versículos del Corán.
Sus frutos son suaves y dulces. Uno solo de ellos podría alimentar a todos los seres vivientes.
De sus semillas provienen las Huríes, unas jóvenes de altos senos, destinadas a complacer a los creyentes. Se dice que su virginidad se restaura después de cada acto amoroso. Otros sostienen que una sola gota de su saliva podría endulzar el agua del mar.
Por un instante, me pareció verlo suspendido en el aire.
—Hay también otro árbol que tiene tantas hojas como habitantes hay en el mundo. En cada una de ellas hay escrito un nombre. En la noche del Kadir el árbol se agita y caen algunas hojas. Las personas cuyos nombres estén escritos en tales hojas morirán durante el siguiente año.
Un detalle más: en el paraíso islámico todos visten de verde.
— ¿Qué sucede con los enamorados rechazados?¿Alcanzan su amor en el cielo?
El fantasma pensó un poco y luego murmuró:
—No lo creo.

El fantasma IV
Pasó el tiempo y mis recursos empezaron a agotarse. A veces, entregaba trabajos ajenos con la mayor desvergüenza. Otras veces, faltaba redondamente a la cita. El fantasma nunca hacía reproches.
Era un ser reservado y sereno. En todas nuestras citas me hablaba de algún distrito celestial.
Los indios pampas no podían llegar al paraíso. El camino entre el cielo y la tierra, que en verdad era la Vía Láctea, fue cerrado para siempre. Escuche bien.
Chachao, el Viejo, el creador del mundo, solía bajar del cielo a entretenerse en la Pampa. Una tarde, de puro aburrido, amasó con barro unos muñecos que se le parecían lejanamente, como si fueran una caricatura de la divinidad. Su hermano Walichu —el espíritu del mal— resolvió jugarle una broma y sopló sobre aquellas figuras irrisorias.
Con ese soplo les dio vida y así nacieron los hombres. Cuando advirtió lo sucedido, Chachao se espantó y huyó al cielo. Con su facón cortó la galaxia y aisló para siempre la región celestial.
Desde entonces, Chachao vive solo, sin que parezca importarle demasiado el género humano. En cambio Walichu se quedó en el mundo con los hombres y recibe de ellos toda clase de homenajes.
Mire el cielo: aún quedan señales de aquel episodio. En el firmamento austral se ve la huella de un ñandú que en la confusión quiso seguir a Chachao. Esa huella es la Cruz del Sur. Y también puede verse la marca de las boleadoras que el dios indiferente le arrojó. Allá está: es la constelación del centauro.
-¿Usted cree que ella volverá a quererme?
El fantasma V
Fueron tiempos duros. La Mujer Amada estaba cada vez más lejos. Todo esfuerzo por despertar su interés fue perfectamente inútil. El libro era la única esperanza. Lo fui escribiendo penosamente.
Casi dos años después del primer encuentro, el fantasma revisó la carpeta y contó 198 páginas.
—Falta muy poco. No vale la pena que lo haga esperar hasta el mes que viene. Si me promete que traerá las últimas hojas, le daré la flor hoy mismo.
—Prometido.
El fantasma sacó de su ojal la flor roja, y me la alcanzó ceremoniosamente.
Ya oscurecía y la plaza estaba más triste que nunca.
Vaya —me dijo, y se esfumó.
Aquella misma noche, la Mujer Amada me rechazó de un modo definitivo.
                                        
El fantasma VI
-Le traje Las dos últimas páginas. Pero quiero decirle que todo salió mal.
Me pareció adivinarle una lágrima fantasmal.
Lea. Lea lo que me ha traído.
— ¿Para qué? A usted no le interesa.
—Esta noche sí. Lea.
Le leí la anteúltima página.
—El pensador de Flores Manuel Mandeb razonaba que un Paraíso general era absolutamente inapropiado para encontrar la dicha. Es evidente que lo que hace la felicidad de unos promueve la desdicha de otros.
En su extenso libro "Proyectos para la reforma del cielo", Mandeb confiesa que la promesa del Edén se le convierte en amenaza, ante la posibilidad de encontrarse allí con toda clase de sujetos desagradables.
También especula con la casi segura ausencia de sus mejores amigos.
Al cabo de una interminable serie de ejemplos, el hombre de Flores se decide a postular que deben existir tantos paraísos como almas que los merezcan.
Las objeciones son inevitables. Puede suponerse que ciertas dulces presencias han de ser reclamadas en más de un cielo. Mandeb sugiere lisa y llanamente la creación de fantasmas cuyas conductas garanticen la felicidad de cada bienaventurado.
-No está mal —dijo el fantasma.
—La flor no sirvió.
—Ya lo sé. Ella no lo querrá nunca.
—Usted hizo trampa.
No. La flor fue inútil porque ella no es la Mujer Amada. Además usted no la necesita a ella. Usted necesita la flor. Usted es la flor.
Le arrojé en la cara la última página.
—Tome, ahora podrá entrar al cielo.
—No hay cielo ni hay infierno. Nunca volverá a ver a su padre muerto. El amor no renace. La juventud no regresa. No hay milagros.
Los fantasmas no existen y este libro que soñamos no es más que un fastidio de textos que otros pensaron.
— ¿Quién es usted?
El fantasma me devolvió la última hoja,
—Leé, leé para mí.
—Yo he soñado con un cielo. Contaré lo que vi en mi sueño, agregando algunos goces que faltaban.
Me vi saliendo con mis amigos más queridos de la Universidad de
Salamanca. Don Miguel de Unamuno acababa de darnos clase, Caminamos por un sendero arbolado. A cada instante nos saludaban señoritas maravillosas. Una de ellas nos invitó a una fiesta para esa misma noche. Supe el nombre de algunos invitados: el hermano Platón, el hermano Shakespeare, el hermano Oscar Wilde, el hermano Miguel Ángel.
Al cabo de un rato comprendí que el paraíso estaba lleno de deliciosos problemas. Que existía la incertidumbre y la esperanza y aun el desengaño. Pero que todo asumía la más noble de sus formas.
Me crucé con mi tío Pedro Balbi, que manejaba el enorme auto de mi abuelo Colombo. Iba a buscar a mi padre para ir al Hipódromo.
Supe que la noche anterior habíamos visto cantar a Carlos Gardel.
Ya cerca del despertar, al final del camino arbolado, me esperaban unos ojos que ya no existen. Y entonces tuve la certeza de que ese era el paraíso que Alguien había pensado para mí, el único posible.
El fantasma, llorando, se fue para siempre.


                                                                                         El libro del fantasma. Alejandro Dolina
                                                                                                2003. Ed. Planeta.  Argentina.

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Escrito final