viernes, 24 de marzo de 2017

Texto: La misteriosa carga del don Guillermo

La misteriosa carga del Don Guillermo
Playa de la Calavera, 24 de abril de 1952

Durante el siglo pasado, las historias de naufragios estaban signadas por la tragedia y la fatalidad. Formaban parte de la eterna lucha del hombre contra el mar. En nuestra época pasaron a tener motivaciones de carácter comercial, a veces hasta fraudulentas. En las costas del Polonio, sin embargo, los últimos siniestros conservan su aire pintoresco. No por el hecho en sí mismo, sino por los típicos personajes de la zona, que les dan vida y color y les devuelven su aire folclórico.

—Hoy hablaremos del Don Guillermo, el barco más famoso del Polonio —dijo el farero después de terminar la cena. El lenguado a la vasca había predispuesto los ánimos para la velada—. No hay visitante que no nos pregunte por él.
 —Lástima que no haya venido el Bonito —se lamentó el  Valiza—. Nadie lo conoce tan bien. —El Bonito es tío mío —acotó el farero—, un tipo increíble. ¡Pensar que nunca le pagaron por la vigilancia…! Los primeros meses le arrimaron algún peso, pero luego lo tuvieron a cuentos. Es un viejo terco. —Se aquerenció con el barco y lo cuidó como si fuera suyo —intervino don Ubaldo, amigo y compañero de pesca del Bonito—. Los primeros años dormía en un camarote, pero después se construyó un rancho sobre la playa.
—En aquel lugar solitario se sentía en sus dominios —acotó el Alemán—. Me gustaba charlar con él. Y cada vez que venía algún amigo de Europa, lo llevaba hasta allá. Entonces el viejo se emocionaba y repetía la historia del naufragio una y otra vez.
 —Nunca vi que le faltara el mate ni una copa de caña —apuntó don Ubaldo—. Los turistas siempre le dejaban alguna botella.
—Se tomaba en serio la vigilancia —comentó el farero—. Una vez corrió a balazos a un hombre que estaba desguazando la chatarra. Y pensar que lo único que servía eran unas láminas de bronce, pero al final ni eso quedaba.
 — ¿Cuántos años estuvo de guardia? —preguntó J. Santos.
 —Y yo diría que más de treinta —respondió el farero—. Como que desde el principio hasta el 85 u 86, cuando se fue para Castillos. Ahora está muy enfermo, el pobre.
—Con el ranchito de la playa pasó algo increíble, como si fuera un refugio de montaña —comentó el Alemán—. Cuando el hombre se fue para Castillos dejó la puerta abierta para quienquiera que llegara. Solo había que abrir el pestillo para encontrarse con la cama tendida y algo para comer. Alguien, no se sabe quién, escribió unas líneas contra la pared, invitando al visitante a servirse y, a su vez, a dejar alguna cosa para el siguiente huésped. Eso duró hasta que el rancho, ya medio destartalado, fue volteado por el viento. —Son las cosas de Polonio… —concordó el farero—. A ver, profesor, leamos algo del Don Guillermo.
 — ¿Saben que me costó trabajo encontrar su historia? La fecha que figura en las listas está equivocada
 —comentó J. Santos—. ¿Y saben que no era un carguero común sino una barcaza de desembarco de la marina norteamericana? Después de la segunda guerra y ya con bandera panameña fue adquirido por una empresa argentina para transportar mercaderías.
 J. Santos tomó sus apuntes y separó varias hojas de periódicos.
—Veamos las peripecias que pasaron los tripulantes antes de encallar:

    El barco varado es el carguero Don Guillermo […] Pertenecía a la Compañía Rioplatense de Navegación y llevaba una tripulación de 17 hombres al mando del Capitán Alejandro Skeletti. Dicho barco había salido de Buenos Aires con destino a Porto Alegre llevando a remolque la chata Josefina María, de igual bandera, con cinco tripulantes.
El Don Guillermo, con la embarcación que remolcaba, fue sorprendido frente a las costas del departamento de Rocha por el temporal que azotó esa zona el miércoles pasado.

PIERDEN LA CHATA Durante ese temporal el barco se vio en dificultades y en esas circunstancias se rompió el cabo del remolque, quedando la chata Josefina María a la deriva. Luchando en un mar embravecido y con un viento fortísimo, donde la visibilidad era casi nula, fracasaron todas las tentativas realizadas para establecer contacto con la chata y los tripulantes de esta. Imposible fue arrojarle un nuevo cabo.

BÚSQUEDA INFRUCTUOSA Cuando amainó el temporal en la mañana de ayer el Don Guillermo inició la búsqueda de la chata. Se la buscó infructuosamente, pero cuando en eso se estaba volvió a arreciar el mal tiempo y el Capitán Skeletti se vio obligado a buscar con su barco, que peligraba zozobrar, el abrigo del cabo Polonio.

VARA EN LA PLAYA DE LA CALAVERA En las primeras horas de la noche volvió a ponerse bravo el mar y en esas circunstancias el Don Guillermo perdió el ancla. La situación se complicó de inmediato al descomponerse el motor del barco, por lo que este quedó a la deriva. Navegó un tiempo así a merced de las enormes olas que lo tuvieron en constante peligro de irse a pique […] Esa odisea finalizó en su parte más grave para la vida de los hombres que estaban a bordo cuando el Don Guillermo, llevado por la marea, fue a varar anoche en la playa de la Calavera, situada a tres kilómetros al este del cabo Polonio[i].
[...]
—Para mí que no deben haber querido sacarlo —aventuró el alemán—. Un amigo argentino, que viene todos los años a Aguas Dulces, me dijo que el barco transportaba armas. Y que no iba para Brasil, como se dijo, sino que aguardaba la oportunidad para desembarcar en la Argentina. Las armas eran para una revolución o algo así.
 —Ahora que usted lo dice —recordó el Zorro—, a todos nos picaba la curiosidad que una de las bodegas estuviera siempre cerrada. Y sobre todo cuando lo dueños empezaron a venir de noche, haciéndonos salir a todos. El Toto y yo espiábamos desde los médanos, viendo cómo se encendían extrañas luces azules…
 —Eso explicaría por qué nunca lo reflotaron. ¿Cómo justificar lo de las armas después de aquellos rumores? —comentó jocosamente J. Santos.
 El aire estaba rancio por el humo del tabaco. El Valiza se levantó para preparar café. Había comenzado a clarear en el horizonte. Desde la pequeña ventana oval se dibujaba la ensenada del Polonio y el contorno de la playa de la Calavera. [...]
Juan Antonio Varese:
De naufragios y leyendas en las costas de Rocha.
      (fragmento)




[i] El Plata, 25 de abril de 1952.

No hay comentarios.:

Escrito final