martes, 2 de agosto de 2016

María Eugenia Vaz Ferreira

Eugenia Vaz Ferreira


La época en que vivió María Eugenia Vaz Ferreira

¿Cómo era la vida en el 900, es decir, en el mundo en que vivió María Eugenia Vaz Ferreira? Montevideo tenía mucho de ciudad aldeana, los niños asistían a la escuela y de ella, si lo deseaban o podían, ingresaban a la Universidad, pues la enseñanza secundaria formaba parte de ella. Obtenido el título de bachiller se escogía alguna de las pocas carreras existentes entonces.
El caso de las muchachas era distinto; se consideraba que tras cursar hasta cuarto o quinto año escolar, no les era necesario más estudio. No se las dejaba leer, salvo algunas novelas como "Pablo y Virginia" de Bernardin de Saint - Fierre, "Amalia" de Mármol, o "María" de Jorge Isaacs. Con eso y el aprendizaje de bordado, costura, cocina, buenos modales, piano y un poco de doctrina cristiana, la muchacha ya estaba lista para el matrimonio.
Pero se consideraba inconveniente que supiera mucho de sexo, a veces casi nada. "Ya te lo va a explicar tu marido" le decían a veces las madres y mismo las hermanas mayores casadas; tal era el tabú increíble que sobre el tema existía, desde luego respecto de lo que se llamaba en la época muchachas "de familia", porque había otras más ligeritas...
Poco a poco se empezó a considerar la necesidad de que la mujer supiera algo más. Y de ahí que se creó la Universidad de Mujeres (luego convertida en Instituto José Batlle y Ordóñez, y actualmente de enseñanza mixta). El noviazgo, en las muchachas cuidadas por los padres, podía iniciarse en alguna reunión o fiesta. Ya en el 900 no se usaba poner una rodilla en tierra y declararse con estas palabras: "Señorita: sí usted me diera una esperanza..." que era lo correcto en las décadas de 1860 a 80, pero aun así no resultaba fácil abordar a una chica.
Era frecuente entonces ir el domingo a misa; si se era católico se entraba a la iglesia, y si no, se esperaba a la salida. Se seguía a la que le parecía bella para averiguar dónde vivía, luego se paseaba !a calle. La muchacha comprendía y salía al atardecer a la puerta de su casa. Se miraban como al descuido y un día él la saludaba y de pronto decía algo como por casualidad. Se entablaba la conversación. Luego se convenía que la visitaría en el zaguán. Después de un tiempo era presentado a los padres y entraba en la casa. Se formalizaba el noviazgo, ella empezaba a preparar el ajuar, que hacia a mano. Hablaban bajo, en un rincón de la sala. La madre andaba cerca y el padre leía el diario. Pero aunque hoy cause risa esa prueba de constancia y fidelidad una vez dada la palabra de casamiento era muy mal visto que el muchacho rompiera con la chica a la que había ilusionado hecho que, aunque no frecuente, ocurría.
Las señoras de lo que podría llamarse clase alta pertenecían al patriciado que provenía a veces desde los orígenes de Montevideo o bien a la burguesía ulterior enriquecida; las primeras estaban orgullosas de su abolengo y no invitaban en sus fiestas a las burguesas. A veces se discutía qué era mejor si tener escasa fortuna pero descender de familias ilustres o ser sencillamente rica. Discusión totalmente pueril, pero si se desea retratar la mentalidad del 900 no debe eludirse, y ¿por qué? Porque la riqueza no tenía medios de ostentarse como hoy, y por lo tanto, no era tan importante. No se viajaba como ahora, no existían automóviles, las fiestas no costaban demasiado, no había cinematógrafos, ni radio, ni televisión, ni luz eléctrica, ni balnearios, pues se veraneaba en las quintas de Colón y poco en las playas de Montevideo; no existían compañías de aviones. Apenas empezaba a interesar el fútbol que no atraía grandes masas.
¿Qué quedaba por gastar? Las compañías de ópera extranjeras, alguna representación teatral, el paseo por la calle Sarandí, donde los hombres se ponían en fila para ver pasear a las señoritas, y saludarlas sin detenerse a conversar, bailes en el Club Uruguay, asistencia a las carreras de caballos, especialmente a las internacionales, tertulias donde se tocaba el piano y alguien cantaba o recitaba. La gente rica o por lo menos de posición acomodada no tenía mayormente en qué gastar, iba por la ciudad a píe y si no, en tranvías de caballos y las señoras tenías sus días de recibo; para ello preparaban ellas mismas las tortas, el té y la copita casi infaltable de oporto.
Así, la diferencia de fortunas no se notaba claramente. La vida en general de la mujer, era recatada, la doncellez, motivo de orgullo y decoro, por eso es un tanto insólito que haya críticos que señalen en María Eugenia Vaz Ferreira su concepto de virginidad, ya que era lo corriente.

Personajes de su tiempo

Por debajo de ese mundo patricio o burgués había un pueblo que sufría mucho y casi en silencio, salvo excepciones. Algunos visionarios, desde luego don José Batlle y Ordóñez, pero acompañado en sus reformas sociales no sólo de su partido sino de algunas figuras prominentes blancas. Carlos Roxlo por ejemplo, luego el socialista Emilio Frugoni y Alvaro Armando Vasseur, anarquista; y Florencio Sánchez con algunos de sus dramas, comenzaron a efectuar una reforma de la mentalidad de la época.
Movimiento de conciencia que dio por resultado una legislación avanzada, que puso, en unos años, a Uruguay a la cabeza de los demás países y con una enseñanza superior gratuita que no existía tal vez en ninguna parte de! mundo. Pero en ese momento el hombre trabajaba fuera de casa jornadas agotadoras por una remuneración escasísima sin reclamar, pues no había derechos gremiales. En las oficinas públicas había pocos empleados, que debían trabajar sin detenerse toda la jornada: hasta comienzo de la década de 1940 casi todos eran del sexo masculino.
La mujer, si trabajaba fuera de casa, lo hacía en tiendas, en la red telefónica, pues la comunicación no era automática sino por intermedio de una telefonista, en trabajos de modistería, tocaba el piano en pasajes interesantes de las películas mudas, cuando luego aparecieron, y en fin, se contrataba el servicio doméstico. Conseguía sin embargo abrirse paso como maestra, directora de escuela y el éxito que allí tuvo acrecentó su dignidad, pero todo el profesorado era masculino hasta que se creó la Universidad de mujeres. Su función principal era la hogareña: cocinar después de ir de compras, lavar la ropa, cuidar a los hijos y todo ello con sacrificio, porque de su sentido de la economía dependía todo el hogar.
El empleado y más el obrero llegaban extenuados tras catorce o más horas de trabajo. Era un tiempo además, en que la palabra de honor valía mucho y por eso el almacenero, el carnicero, el verdulero, todos vendían al fiado. Esos comercios tenían un muchacho recadero que iba a casa de los clientes a preguntar que traerían el próximo día: la señora daba las instrucciones y el dueño del comercio apuntaba en una libreta lo que mandaba, la fecha y el precio del artículo. A fin de mes enviaba la libreta sumada, la señora se la pasaba al esposo que a veces fruncía e! entrecejo, pero pagaba. Hubiera sido una vergüenza no pagar, sólo podía ocurrir que la señora comunicara al comerciante que le pagaría unos días después, porque su marido no había cobrado aún.
Pueblo sano, aquel, sin artefactos eléctricos, sin necesidad de maestros de gimnasia pues el propio trabajo, no sólo de las sirvientas, sino de las señoras, no las dejaba engordar demasiado. No había insecticidas en las casas; simplemente de noche se usaba mosquitero; no había calefacción eléctrica, pero la cama se calentaba con un porrón de metal envuelto en franelas para no quemarse los pies.
El carnaval tenía su corso de carruajes: las muchachas iban con antifaces y había un intercambio de serpentinas o de papelitos de colores arrojados a los muchachos. Y algún baile de disfraz o fantasía.

Aproximación a la poetisa

María Eugenia empieza a dar a conocer sus poesías en recitados entre amistades, luego en revistas. Sin citarlas aquí, ese recorrido puede hacerse con la lectura del muy bien documentado libro del escritor y profesor Rubinstein Moreira titulado "Aproximación a María Eugenia Vaz Ferreira". 
Cronológicamente es la primera poetisa importante del Uruguay; curiosamente, la primera que editó poemas en Montevideo fue una que en 1807 y con el nombre de María Theresa, los publicó en inglés, en "La Estrella del Sur". En español, Petrona Rosende de La Sierra, recogidos sus versos por Luciano Lira en el Parnaso Oriental. 
Hay otras entre ésta y María Eugenia. Antes compusieron poesías en el continente algunas muy buenas: Juana de Asbaje (Sor Juana Inés de la Cruz) en México del siglo XVII y Gertrudis Gómez de Avellaneda, (1814 - 1873), cubana que incursionó también en otros géneros literarios.
Tras María Eugenia aparecen Delmira Agustini y luego Juana de Ibarbourou, la argentina de origen-suizo Alfonsina Storni, y la chilena Gabriela Mistral. Todo este núcleo creó una lírica de singular valor y no es bueno decir que tal o cuál supera a las otras. Y quizás haya más, en algún rincón de nuestro inexplorado continente. Un intelectual francés preguntó a un embajador chino a quién conceptuaba más, si a Confucio o a Lao Tzse y la respuesta fue ésta: "Cuando dos golondrinas vuelan tan alto, que se pierden en las regiones sobrehumanas, no se puede saber cuál ha llegado un poquito más arriba".
Sus primeros poemas, que Hugo Verani llama neo-románticos, abarcarían desde 1894 a 1899 y es una fortuna que haya decidido publicar toda la lírica de María Eugenia, porque aún si hay versos menos logrados, aportan a veces sentimientos y temas distintos a los de "La isla de los cánticos", y versos escogidos por la propia poetisa, y "La otra isla de los cánticos", recopilada y prologada por Emilio Oribe, donde hay, por otra parte, buen material lírico, no inferior, a veces, al primer libro.

Poema para analizar
La estrella misteriosa
María Eugenia Vaz Ferreira
Yo no sé dónde está, pero su luz me llama,
¡oh misteriosa estrella de un inmutable sino!...
Me nombra con el eco de un silencio divino
y el luminar oculto de una invisible llama.
Si alguna vez acaso me aparto del camino,
con una fuerza ignota de nuevo me reclama:
gloria, quimera, fénix, fantástico oriflama
o un imposible amor extraño y peregrino...

Y sigo eternamente por la desierta vía
tras la fatal estrella cuya atracción me guía,
mas nunca, nunca, nunca a revelarse llega!
Pero su luz me llama, su silencio me nombra,
mientras mis torpes brazos rastrean en la sombra
con la desolación de una esperanza ciega...

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Escrito final