lunes, 9 de mayo de 2016

Escrito 3° año, texto

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         Escrito de idioma Español 3° año

                 La mujer que llegaba a las seis

 (fragmento)


La puerta oscilante se abrió. A esa hora no había nadie en el restaurante de José.
         Acababan de dar las seis y el hombre sabia que sólo a las seis y media empezarían a llegar los parroquianos habituales. Tan conservadora y regular era su clientela, que no había acabado el reloj de dar la sexta campanada cuando una mujer entró, como todos los días a esa hora, y se sentó sin decir nada en la alta silla giratoria. Traía un cigarrillo sin encender, apretado entre los labios.
         —Hola reina —dijo José cuando la vio sentarse. Luego caminó hacia el otro extremo del mostrador, limpiando con un trapo seco la superficie vidriada.
         Siempre que entraba alguien al restaurante José hacia lo mismo. Hasta con la mujer con quien había llegado a adquirir un grado de casi intimidad, el gordo y rubicundo mesonero representaba su diaria comedia de hombre diligente. Habló desde el otro extremo del mostrador.
         —¿Qué quieres hoy? —dijo.
         —Primero que todo quiero enseñarte a ser caballero —dijo la mujer.
         Estaba sentada al final de la hilera de sillas giratorias, de codos en el mostrador, con el cigarrillo apagado en los labios. Cuando habló apretó la boca para que José advirtiera el cigarrillo sin encender.
         —No me había dado cuenta —dijo José.
         —Todavía no te has dado cuenta de nada —dijo la mujer.
         El hombre dejó el trapo en el mostrador, caminó hacia los armarios oscuros y olorosos a alquitrán y a madera polvorienta, y regresó luego con las cerillas. La mujer se inclinó para alcanzar la lumbre que ardía entre las manos rústicas y velludas del hombre. José vio el abundante cabello de la mujer, empavonado de vaselina gruesa y barata. Vio su hombro descubierto, por encima del corpiño floreado. Vio el nacimiento del seno crepuscular, cuando la mujer levantó la cabeza, ya con la brasa en los labios.
         —Estás hermosa hoy, reina —dijo José.
         —Déjate de tonterías —dijo la mujer—. No creas que eso me va a servir para pagarte.
         —No quise decir eso, reina —dijo José—. Apuesto a que hoy te hizo daño el almuerzo.
         La mujer tragó la primera bocanada de humo denso, se cruzó de brazos, todavía con los codos apoyados en el mostrador, y se quedó mirando hacia la calle, a través del amplio cristal del restaurante. Tenía una expresión melancólica. De una melancolía hastiada y vulgar.
         —Te voy a preparar un buen bistec —dijo José.
         —Todavía no tengo plata —dijo la mujer.


Gabriel García Márquez. 1950



Es obligatorio llevar el texto para el escrito del 30 de Mayo. Se dejará una copia en biblioteca.

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Escrito final