Tomás de Mattos (Biografía)
Nacido en Montevideo, se radicó desde sus primeros días en Tacuarembó, donde en la década de 1960 integró el llamado Grupo de Tacuarembó, al que pertenecían una gran cantidad de artistas de distintos géneros de ese departamento. Entre ellos se encontraban Eduardo Milán, Numa Moraes, Eduardo Darnauchans, Eduardo Larbanois, Carlos da Silveira, Eduardo Lago, Julio Mora, Enrique Rodríguez Viera, Víctor Cunha, Washington Benavides y Carlos Benavides.
Luego de culminar los estudios secundarios se trasladó a Montevideo para cursar en la Facultad de Derecho, de donde se graduó en 1975. Posteriormente, retornó a Tacuarembó.
En 1964, a los diecisiete años, ganó el premio Shakespeare por su trabajo sobre Hamlet. Empezó a dar a conocer sus textos narrativos en Marcha, La Mañana y Época. A los 18 años empezó a ser más conocido en el mundo literario a partir de que Ángel Rama incluyera dos relatos suyos en su antología Aquí, cien años de raros, junto a Felisberto Hernández, Marosa di Giorgio y el Conde de Lautréamont.
Ejerció la docencia de literatura en el periodo 1973-1984.
Su novela ¡Bernabé, Bernabé!, sobre la muerte de Bernabé Rivera luego de la Matanza del Salsipuedes, obtuvo en Uruguay todos los principales premios literarios: Premio Bartolomé Hidalgo, el premio del Ministerio de Educación y Cultura, el de la Intendencia Municipal de Montevideo y el B'nai B'rith, que le permitió viajar a Israel. Asimismo, se convirtió en un éxito de ventas permanente a lo largo del tiempo, con más de 23 000 ejemplares vendidos en la primera década de su publicación. Fue considerada por la crítica como una de las novelas más significativas de la nueva literatura uruguaya.
En 2002 se editó su novela La puerta de la misericordia, una recreación del relato bíblico sobre la vida de Jesús. En 2010 publicó El hombre de marzo. La búsqueda, novela histórica sobre la vida de José Pedro Varela.
Fue director de la Biblioteca Nacional de Uruguay entre 2005 y 2010. Mientras se desempeñó en el cargo discontinuó su labor creativa.
Fue académico emérito de la Academia Nacional de Letras del Uruguay y columnista de la revista semanal Caras y Caretas.
Falleció el 21 de marzo de 2016, a los 68 años.
Obra
Cuentos
- Libros y perros (1975)
- Trampas de barro (Alfaguara, 1983)
- La gran sequía (1984)
Novelas
- ¡Bernabé, Bernabé! (1988)
- La fragata de las máscaras (Santillana, 1996)
- A la sombra del paraíso (1998)
- Cielo de Bagdad (2001)
- Ni dios permita (2001)
- La puerta de la misericordia (Ediciones del viento, 2002)
- El hombre de marzo. La búsqueda (Alfaguara, 2010)
- El hombre de marzo. El encuentro (Alfaguara, 2013)
- Don Candinho o las doce orejas (Alfaguara, 2014)
La Puerta de la Misericordia (fragmento)
" Así que de los tres dueños de casa, sólo Lázaro es mi primo por la sangre; pero Marta y María son como si también lo fueran. Me recordaba, en cada instante, a pesar de que no era rengo, a mi hermano Ananías. Ambos tenían facciones recias, cuello ancho, hombros rotundos, y un excesivo vello que, extendiéndoseles hasta la primera falange de sus dedos, terminaba por suscitar en quien recién los conocía la falsa impresión de que trataba con provincianos ingenuos. Tal apariencia distaba de avergonzarlos, porque remarcaban con indisimulado orgullo su acento galileo. Tal vez mi hermano recortara con menor frecuencia su barba y su cabellera, que eran negras como el carbón. El hijo de José, en cambio, había liberado del bonete azafrán que le había visto esa mañana una desordenada pero corta melena tan negra como la de mi hermano, que no le llegaba a los hombros. Su barba se bifurcaba, a la mitad del mentón, en dos mechones que terminaban en punta. Bajo las cejas, profusas y casi unidas, sus ojos oscurísimos disimulaban, en una primera instancia, los fulgores que encerraban. Una constante exposición al sol había acentuado el tono trigueño de su piel. Su ropa no ostentaba ni riqueza ni miseria; vestía con el decoro de los artesanos de su región, sin una hebra de metal precioso, pero usando telas de trama doméstica, en las que alguna mujer se había esmerado en aplicar los diseños aprendidos de sus mayores. Su túnica no tenía costuras y, como es frecuente en Galilea, estaba hecha de lino carmesí. El manto, con sobremangas, era castaño con finas rayas blancas y rebasaba las rodillas, pero terminaba —tal cual está prescrito— una cuarta antes que la túnica. Calzaba zapatos de cuero de camello y suela de palma. Todas las prendas lucían nuevas; preparadas, sin duda, para esa peregrinación a Jerusalén. Pero, tal como me había ocurrido a mí mismo en mis primeros viajes, ese acicalamiento denunciaba, de los pies a la cabeza, un pulcro pero rústico gusto provinciano. El fulgor de su mirada y el trato que dispensaba a sus interlocutores eran, en definitiva, lo que más lo asemejaba a Ananías. Pese a su apariencia exultante, los dos leones siempre partían de una continencia pudorosa, para nada confundible con la timidez, que no tardaban en abandonar porque los asistía el dudoso don de pulverizar la distancia que los separaba de sus prójimos. Demasiado había sufrido yo hasta mis dieciocho esas muestras de incondicionada disponibilidad, pero que, dando por supuesto que no podían ser sino correspondidas, invadían los más íntimos recovecos de los corazones ajenos y no demoraban en hallar, tomar y exhibir lo que buscaban. "
Bernabé, Bernabé
Una tardecita, la perra parió seis cachorros. Al mes, el capataz examinó a los machos uno por uno –eran tres- y apartó al más lindo.
“Manuel –le dijo al gurí- tomá a los otros bichos y enterralos en una bolsa.”
Hasta ese momento, el gurí no se había imaginado capaz de desobedecer una orden del viejo: “No, señor”, se oyó decir.
Don Laudelino carraspeó, escupió el suelo, secó la tierra con la punta de su alta bota y dijo: “Andá ahora mismo a buscar una bolsa y una pala.”
Cuando Manuel volvió con ellas, la Suerte estaba atada a un árbol y los cinco cachorros mordisqueaban un trozo de achura que les había tirado el capataz. El machito escogido gemía y llorisqueaba en una mano del viejo, desesperado porque se lo estaba privando participar en el festín. La Suerte, mansa como siempre, todavía no ladraba: estaba inquieta, no sabía lo que ocurría.
Don Laudelino ordenó: “Meté los bichos en la bolsa”.
Manuel obedeció; los últimos dos cachorros, avispados por lo que les sucedió a los primeros, dieron bastante trabajo. Uno de ellos rumbeó hacia la madre, que ya ladraba desesperada, pero el capataz lo atajó de un puntapié que lo atontó. El gurí, más que atraparlo, lo recogió del pasto.
¡Bernabé, Bernabé! (fragmento) de Tomás de Mattos
Hombre de Marzo: el encuentro
"Si Pedro hubiera sido primo de los Varela Cané, el viejo jamás lo habría recibido. Esto no es evidente, no solo por la suspicaces inferencias de Bartolito, sino porque el propio Sarmiento lo confesó durante el viaje de regreso. Y Pedro, prudentemente, tuvo que pagar el precio en la Legación por admirador del inescrupuloso diario de sus primos, para acceder a un trato prolongado con su venerado educacionista. No sabía él que Don Domingo guardaba más recelosa opinión que la suya respecto a la tribuna."
Comentario: Narra un hecho pasado, el amotinamiento de un grupo de esclavos en una fragata española, en el último año del siglo XVIII. Podría calificársela de novela histórica, pero es una glosa de un texto literario (el relato Benito Cereno, de Hermann Melville), que a su vez se basa en un hecho histórico, aunque se distancia de él porque el autor cambia los años, los lugares, el personaje principal.
“Don Candinho o Las doce orejas”
Comentario: La historia comienza con un terrible hecho de sangre ocurrido en el lejano paraje de Caraguatá, Tacuarembó, a fines del siglo XIX. El antiguo enfrentamiento entre dos comerciantes de la zona desencadena la violenta irrupción en la casa de uno de ellos, don José Pepe Castro, de diecisiete delincuentes que lo roban, lo matan y violan a su mujer, quien como corolario del siniestro encuentro quedará embarazada.
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