miércoles, 18 de mayo de 2016

Texto oral y texto escrito


Resultado de imagen de texto oral y texto escritoDiferencias entre el texto oral y escrito

En el ámbito de la comunicación cada persona o enunciador produce un texto, ya sea oral o escrito. Si su comunicación se da dentro de un contexto común o cotidiano, lo más probable es que su discurso fluya de manera natural o espontánea. Sin embargo si nos ubicamos en otro ambiente, como por ejemplo en el académico, es entendible que la persona piense un poco más en cómo decir las cosas.

Textos orales

- Los textos orales, producidos de manera natural no requieren tanta elaboración estructural como los textos que van escritos, especialmente porque los primeros contienen las ideas que surgen en nuestra mente a la velocidad de nuestro propio pensamiento.
- Cuando no tenemos la habilidad de hablar ante los demás es posible que expresemos nuestras ideas con algunos errores e imprecisiones (limitaciones de la expresión oral)

Textos escritos

-El autor puede corregir o cambiar aquello que no sea de su agrado, oportunidad que no tiene cuando habla, ya que sus escuchas u oyentes están pendientes de lo que dice, en el momento que lo dice.
-El autor puede elegir las palabras apropiadas para comunicar sus ideas, ser preciso, adecuarlo a la situación y a las personas a las que se dirige el texto escrito.

El siguiente video muestra la historia de la comunicación oral y escrita


martes, 17 de mayo de 2016

Día del libro. Homenaje a Tomas de Mattos

Tomás de Mattos (Biografía)

Nacido en Montevideo, se radicó desde sus primeros días en Tacuarembó, donde en la década de 1960 integró el llamado Grupo de Tacuarembó, al que pertenecían una gran cantidad de artistas de distintos géneros de ese departamento. Entre ellos se encontraban Eduardo MilánNuma MoraesEduardo DarnauchansEduardo Larbanois, Carlos da Silveira, Eduardo LagoJulio Mora, Enrique Rodríguez Viera, Víctor CunhaWashington Benavides y Carlos Benavides.
Luego de culminar los estudios secundarios se trasladó a Montevideo para cursar en la Facultad de Derecho, de donde se graduó en 1975. Posteriormente, retornó a Tacuarembó.
En 1964, a los diecisiete años, ganó el premio Shakespeare por su trabajo sobre Hamlet. Empezó a dar a conocer sus textos narrativos en MarchaLa Mañana y Época. A los 18 años empezó a ser más conocido en el mundo literario a partir de que Ángel Rama incluyera dos relatos suyos en su antología Aquí, cien años de raros, junto a Felisberto HernándezMarosa di Giorgio y el Conde de Lautréamont.
Ejerció la docencia de literatura en el periodo 1973-1984.
Su novela ¡Bernabé, Bernabé!, sobre la muerte de Bernabé Rivera luego de la Matanza del Salsipuedes, obtuvo en Uruguay todos los principales premios literarios: Premio Bartolomé Hidalgo, el premio del Ministerio de Educación y Cultura, el de la Intendencia Municipal de Montevideo y el B'nai B'rith, que le permitió viajar a Israel. Asimismo, se convirtió en un éxito de ventas permanente a lo largo del tiempo, con más de 23 000 ejemplares vendidos en la primera década de su publicación. Fue considerada por la crítica como una de las novelas más significativas de la nueva literatura uruguaya.
En 2002 se editó su novela La puerta de la misericordia, una recreación del relato bíblico sobre la vida de Jesús. En 2010 publicó El hombre de marzo. La búsqueda, novela histórica sobre la vida de José Pedro Varela.
Fue director de la Biblioteca Nacional de Uruguay entre 2005 y 2010. Mientras se desempeñó en el cargo discontinuó su labor creativa.
Fue académico emérito de la Academia Nacional de Letras del Uruguay y columnista de la revista semanal Caras y Caretas.
Falleció el 21 de marzo de 2016, a los 68 años.

Obra

Cuentos

  • Libros y perros (1975)
  • Trampas de barro (Alfaguara, 1983)
  • La gran sequía (1984)

Novelas

  • ¡Bernabé, Bernabé! (1988)
  • La fragata de las máscaras (Santillana, 1996)
  • A la sombra del paraíso (1998)
  • Cielo de Bagdad (2001)
  • Ni dios permita (2001)
  • La puerta de la misericordia (Ediciones del viento, 2002)
  • El hombre de marzo. La búsqueda (Alfaguara, 2010)
  • El hombre de marzo. El encuentro (Alfaguara, 2013)
  • Don Candinho o las doce orejas (Alfaguara, 2014)

La Puerta de la Misericordia (fragmento)

" Así que de los tres dueños de casa, sólo Lázaro es mi primo por la sangre; pero Marta y María son como si también lo fueran. Me recordaba, en cada instante, a pesar de que no era rengo, a mi hermano Ananías. Ambos tenían facciones recias, cuello ancho, hombros rotundos, y un excesivo vello que, extendiéndoseles hasta la primera falange de sus dedos, terminaba por suscitar en quien recién los conocía la falsa impresión de que trataba con provincianos ingenuos. Tal apariencia distaba de avergonzarlos, porque remarcaban con indisimulado orgullo su acento galileo. Tal vez mi hermano recortara con menor frecuencia su barba y su cabellera, que eran negras como el carbón. El hijo de José, en cambio, había liberado del bonete azafrán que le había visto esa mañana una desordenada pero corta melena tan negra como la de mi hermano, que no le llegaba a los hombros. Su barba se bifurcaba, a la mitad del mentón, en dos mechones que terminaban en punta. Bajo las cejas, profusas y casi unidas, sus ojos oscurísimos disimulaban, en una primera instancia, los fulgores que encerraban. Una constante exposición al sol había acentuado el tono trigueño de su piel. Su ropa no ostentaba ni riqueza ni miseria; vestía con el decoro de los artesanos de su región, sin una hebra de metal precioso, pero usando telas de trama doméstica, en las que alguna mujer se había esmerado en aplicar los diseños aprendidos de sus mayores. Su túnica no tenía costuras y, como es frecuente en Galilea, estaba hecha de lino carmesí. El manto, con sobremangas, era castaño con finas rayas blancas y rebasaba las rodillas, pero terminaba —tal cual está prescrito— una cuarta antes que la túnica. Calzaba zapatos de cuero de camello y suela de palma. Todas las prendas lucían nuevas; preparadas, sin duda, para esa peregrinación a Jerusalén. Pero, tal como me había ocurrido a mí mismo en mis primeros viajes, ese acicalamiento denunciaba, de los pies a la cabeza, un pulcro pero rústico gusto provinciano. El fulgor de su mirada y el trato que dispensaba a sus interlocutores eran, en definitiva, lo que más lo asemejaba a Ananías. Pese a su apariencia exultante, los dos leones siempre partían de una continencia pudorosa, para nada confundible con la timidez, que no tardaban en abandonar porque los asistía el dudoso don de pulverizar la distancia que los separaba de sus prójimos. Demasiado había sufrido yo hasta mis dieciocho esas muestras de incondicionada disponibilidad, pero que, dando por supuesto que no podían ser sino correspondidas, invadían los más íntimos recovecos de los corazones ajenos y no demoraban en hallar, tomar y exhibir lo que buscaban. "


Bernabé, Bernabé


            Una tardecita, la perra parió seis cachorros. Al mes, el capataz examinó a los machos uno por uno –eran tres- y apartó al más lindo.
            “Manuel –le dijo al gurí- tomá a los otros bichos y enterralos en una bolsa.”
            Hasta ese momento, el gurí no se había imaginado capaz de desobedecer una orden del viejo: “No, señor”, se oyó decir.
            Don Laudelino carraspeó, escupió el suelo, secó la tierra con la punta de su alta bota y dijo: “Andá ahora mismo a buscar una bolsa y una pala.”
            Cuando Manuel volvió con ellas, la Suerte estaba atada a un árbol y los cinco cachorros mordisqueaban un trozo de achura que les había tirado el capataz. El machito escogido gemía y llorisqueaba en una mano del viejo, desesperado porque se lo estaba privando participar en el festín. La Suerte, mansa como siempre, todavía no ladraba: estaba inquieta, no sabía lo que ocurría.
            Don Laudelino ordenó: “Meté los bichos en la bolsa”.
            Manuel obedeció; los últimos dos cachorros, avispados por lo que les sucedió a los primeros, dieron bastante trabajo. Uno de ellos rumbeó hacia la madre, que ya ladraba desesperada, pero el capataz lo atajó de un puntapié que lo atontó. El gurí, más que atraparlo, lo recogió del pasto.

                                                                     ¡Bernabé, Bernabé! (fragmento) de Tomás de Mattos

Hombre de Marzo: el encuentro

"Si Pedro hubiera sido primo de los Varela Cané, el viejo jamás lo habría recibido. Esto no es evidente, no solo por la suspicaces inferencias de Bartolito, sino porque el propio Sarmiento lo confesó durante el viaje de regreso. Y Pedro, prudentemente, tuvo que pagar el precio en la Legación por admirador del inescrupuloso diario de sus primos, para acceder a un trato prolongado con su venerado educacionista. No sabía él que Don Domingo guardaba más recelosa opinión que la suya respecto a la tribuna."

Fragata de las máscaras

Comentario: Narra un hecho pasado, el amotinamiento de un grupo de esclavos en una fragata española, en el último año del siglo XVIII. Podría calificársela de novela histórica, pero es una glosa de un texto literario (el relato Benito Cereno, de Hermann Melville), que a su vez se basa en un hecho histórico, aunque se distancia de él porque el autor cambia los años, los lugares, el personaje principal.

“Don Candinho o Las doce orejas”
Comentario: La historia comienza con un terrible hecho de sangre ocurrido en el lejano paraje de Caraguatá, Tacuarembó, a fines del siglo XIX. El antiguo enfrentamiento entre dos comerciantes de la zona desencadena la violenta irrupción en la casa de uno de ellos, don José Pepe Castro, de diecisiete delincuentes que lo roban, lo matan y violan a su mujer, quien como corolario del siniestro encuentro quedará embarazada.


lunes, 16 de mayo de 2016

Repaso de contenidos 3° año

Repaso de contenidos 3° año
A todos nos pasa…
Yo, por ejemplo, no he sabido lo que quería decir pretérito hasta años después de acabar la carrera; así he repetido varias veces que el pretérito perfecto era así, y el imperfecto de este modo, sin comprender que aquella palabra pretérito quería decir pasado, muy pasado en un caso y menos pasado en otros. Atravesar por dos años de gramática latina, dos de francesa y uno de alemana, sin enterarse de lo que significa pretérito, tiene que indicar dos cosas: o una gran estupidez o un sistema de instrucción deplorable. Claro que yo me inclino a esta segunda solución. (…) Respecto a mí, y creo que a todos les pasará lo mismo, nunca he podido aprender aquellas cosas por las cuales no he tenido afición.
Pío Baroja, Juventud, egolatría 

El verbo
El verbo es una clase de palabra de la lengua castellana que expresa una acción, un sentimiento, un estado o un proceso.
Morfológicamente, el verbo puede descomponerse en dos partes: el radical o raíz  y la terminación o desinencia. La  raíz es la parte que se mantiene fija y lleva el significado, y la desinencia es la parte que sufre variaciones e indica los accidentes morfológicos.
El verbo es la clase  de palabras que posee más accidentes morfológicos: persona, número, tiempo y modo.
Se clasifican en tres personas: primera, segunda, tercera. 
La primera persona indica al que habla: Yo hablo. La segunda persona señala al oyente: Tú lees. La tercera persona indica a un objeto o a otra persona que no es el hablante ni el oyente: Él sale.

El Número indica si la persona que realiza la acción del verbo es una (número singular) o más de una (número plural). Las tres personas tienen singular y plural. Por ejemplo, para el verbo leer, las tres personas del singular son: Yo leo, tú lees, él lee; y las tres personas del plural son: nosotros leemos, vosotros leéis, ellos leen.

El tiempo expresa el  momento en que los hechos son realizados. Existen tres tiempos bases: presente, pretérito (imperfecto y perfecto) y futuro. El presente indica que una acción ocurre en el momento en que es enunciada; el pretérito se utiliza para hacer referencia a un hecho que ocurrió con anterioridad al momento en que se habla. A su vez, el pretérito se clasifica en pretérito perfecto son  tiempos verbales  que presentan una acción acabada o concluida: Pensó en él. Pretérito imperfecto, en cambio, no señalan la finalización: Pensaba en él mientras dibujaba.
El futuro expresa una acción que sucederá después de haber sido expresada.

El modo verbal expresa la actitud del emisor frente a los hechos que enuncia. Los tres modos son el indicativo, el subjuntivo y el imperativo. Si el hablante enuncia los hechos de manera real y objetiva emplea el modo indicativo: Él come una manzana, Yo camino todos los días. Si expresa deseo, duda, probabilidad o necesidad, el modo utilizado es el subjuntivo: Ojala que deje de llover, Si yo pensara.  Cuando el sujeto ruega, pide o da una orden utiliza el modo imperativo: ¡Cerrá esa ventana! Cómprame la bici.

Los verbos se clasifican en:

·      tiempos simples constan de una sola palabra: jugó, íbamos, encontraré.
·      tiempos compuestos se forman con el VERBO HABER + PARTICIPIO: he jugado, has ido, habrían encontrado.

Conjugación verbal
Según las formas  que  tomen al ser conjugados, los verbos se clasifican en tres grandes grupos denominados primera, segunda y tercera conjugación.
La primera conjugación abarca todos los verbos terminados en AR, y el modelo utilizado es el verbo amar.
La segunda corresponde a la terminación ER, cuyo verbo modelo es temer;
La tercera conjugación es la de los terminados en IR, y su modelo es partir.






Verbos regulares e irregulares
Los verbos regulares: son aquellos que al ser conjugados siguen a alguno de los tres verbos modelos (amar, beber, vivir).
Los verbos irregulares, en cambio se apartan de la conjugación de los verbos modelos: Varían en la raíz, en la desinencia o en ambas partes a la vez. Podemos identificarlos de tres formas distintas:
Cambio de las formas en el presente: MOVER > MUEVO
Cambio de las formas en el pretérito: SENTIR > SINTIÓ, MENTIR > MINTIÓ
Cambio de las formas en el futuro: SABER > SABRÁ, PODER > PODRÁ

















Verbos conjugados y no conjugados
Los verbos se agrupan en dos categorías: verbos conjugados no conjugados.
Los verbos conjugados: son aquellos que requieren: persona, número, tiempo y modo para poder conjugarse. Ejemplo: Sintió alegría. El verbo sintió, está conjugado, porque aporta la información de tercera persona (él), del número singular, del tiempo pretérito perfecto y modo indicativo.
Los verbos no conjugados: Las formas no personales del verbo son el infinitivo, el gerundio, y el participio. Son llamadas formas no personales por carecer de una forma que indique su persona, número, modo o tiempo.

Infinitivo: tienen la terminación: AR / ER / IR
Ej: anotar, beber, salir

Gerundio: tienen la terminación: ANDO / ENDO o IENDO
Ej: saltando, oyendo, saliendo

Participio: tienen la terminación: ADO / IDO
Ej: atrapado, confundido

Análisis sintáctico de enunciados

Identificación de las partes de la oración
Enunciado [  ]
Oración simple  (  )
Oración subordinada   <  >

Tipos de enunciados
Frase o no oracional (sin verbo conjugado)
Oracional (posee una o dos oraciones)
Con grupo oracional (posee más de tres oraciones)  
Nexos oracionales

     Nexos yuxtapuestos
Son los signos de puntuación: coma , punto y coma ; dos puntos :  puntos suspensivos (…)

Nexos subordinantes y coordinantes:

Adyacentes verbales
Sujeto explicito:
 Es la persona, animal o cosa de la que decimos algo. Concuerda en persona y número con el verbo
      Pregunta: ¿Quién? o ¿Quiénes?
Objeto directo:
      Designa al objeto sobre el cual se desenvuelve la actividad aludida por el verbo.
      Pregunta: ¿qué? Se lo puede conmutar por uno de los pronombres: la, lo, las, los
Objeto indirecto:
      Designa el destinatario de la noción evocada por el verbo. Aparece encabezado por la preposición “a” ¿a quién? Se lo puede conmutar por: le, les
Objeto preposicional: es un sintagma nominal precedido de una preposición y desempeña una función gramatical. Pregunta: preposición + qué (o cualquier otro pronombre interrogativo). Se lo puede conmutar por: eso, ella, él, etc.
Preposiciones: A, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre, tras, durante, mediante, versus, vía.
Adyacente circunstancial:
       Expresa la noción de modo (¿Cómo?), lugar (¿Dónde?), tiempo (¿cuándo?)
       Puede ser eliminado y la oración sigue teniendo sentido. Pregunta: preposición + interrogativo
Atributo:
       Expresa las características del sujeto. Siempre se asocia con los verbos SER, ESTAR, PARECER.

P     Perífrasis verbal
       

martes, 10 de mayo de 2016

"Casa tomada"


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Julio Cortázar


Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

Escrito final