¿Qué es un fantasma?, preguntó
Stephen.
Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable,
por muerte, por ausencia, por cambio
de costumbres.
James Joyce
El fantasma I
En aquel verano, yo
acostumbraba a pasar las tardecitas en la plaza de Devoto. Había descubierto
que el lugar era triste, y me parecía conveniente para un hombre como yo. Me
había dejado la Mujer Amada y mi dolor incomodaba a mis amigos y familiares.
Un primero de marzo se me
presentó el fantasma.
-Buenas
tardes. No hace falta que me diga que usted detesta hablar con desconocidos.
Seré brevísimo: soy una aparición y lo necesito.
El hombre parecía bastante
concreto y hasta tenía un aire familiar, como si nos conociéramos del tren. Le
ahorré cualquier manifestación de asombro o controversia.
-Hable.
—Como usted
sabrá, un alma en pena es la consecuencia de un desperfecto jurídico de
ultratumba. Algunas personas no llegan a merecer enteramente el cielo, el
infierno y ni siquiera el purgatorio. Se establece entonces un régimen especial
que mantiene al involucrado en situación de espectro por plazos que suelen
prolongarse hasta el cumplimiento de unos sucesos determinados. Pues bien, yo
era escritor.
Un escritor
bastante exitoso. Un editor ingenuo confió en mí y me pagó una fortuna por un
libro que todavía no había escrito. Yo me gasté el dinero y me morí antes de
completar ni siquiera una página.
Ahora estoy
condenado a penar hasta que fuerzas superiores vean terminado el libro que
prometí.
— ¿Y por qué
no lo escribe?
—No se me
ocurre nada. Los seres eternos no pueden escribir. Pero usted puede ayudarme.
Escriba para mí.
—Yo tampoco
puedo escribir. Amaba a una mujer: yo la miraba y se me ocurrían ideas. Ella ya
no está.
El fantasma
señaló una flor que llevaba en el ojal.
-Yo tengo lo
que usted necesita. Esta flor enamora a la mujer de nuestra vida. Escríbame el
libro y se la daré. Doscientas páginas de cualquier cosa.
-Acepto.
—Vaya
trayéndome lo que pueda: cuentos, ensayos, poesías, notas...
Yo lo
esperaré aquí el primero de cada mes.
Saludó apenas y se fue. Era
un fantasma alto.
El fantasma II
El primero de abril me
presenté en la plaza de Devoto con algunos escritos antiguos que el decoro y la
vanidad me habían impedido publicar. El fantasma ya me estaba esperando. Guardó
los papeles en una carpeta, sin mirarlos. Su desinterés me molestó un poco.
— ¿No los va a leer?
—Estarán
bien, calculo. Disculpe si le digo que lo único que me importa es completar las
doscientas páginas.
— ¿Usted
cree que lo mandarán al cielo?
—No lo sé.
Yo sólo quiero salir de esta situación. Para serle sincero, no sé cómo es el
cielo.
—Se supone
que es un establecimiento que produce agrados.
—Quién sabe.
Hay distintas opiniones. Ahí tiene a los vikings. El paraíso estaba reservado a
quienes encontraban la muerte en el combate.
Morir de
viejo, o en la cama, era un deshonor para esta gente.
Al final de
cada batalla, las walkirias recorrían el campo y trasladaban a los muertos al
Valhalla. Era un vasto salón techado de escudos de oro, provisto de quinientas
puertas. Cada mañana, los bienaventurados salían al campo y combatían. Al
anochecer, todas las heridas se curaban, los miembros cercenados volvían a su
lugar y quienes habían sido muertos, resucitaban. Y así día tras día,
perpetuamente.
¿Usted sabe
lo que es morir todos los días?
-Sí.
El fantasma III
Durante todos aquellos meses
trabajé como nunca. La esperanza de conseguir la flor prodigiosa me había
devuelto la energía. En agosto, el fantasma me preguntó por la Mujer Más Amada.
-¿La ha visto últimamente?
-Muy poco.
Me han dicho que sale con un hombre vulgar y que se esfuerza por merecerlo.
El espectro sonrió con
discreción y empezó a hablarme del paraíso musulmán.
-Por el Profeta sabemos
que hay siete cielos. El primero es de plata y las estrellas cuelgan de la
bóveda sostenidas por cadenas de oro.
El segundo
cielo es de acero bruñido y Mahoma pudo conversar allí con Noé.
El tercero
está hecho de piedras preciosas. Allí está el ángel de la muerte. Se trata de
una criatura enorme. Sus ojos están separados por setenta mil jornadas de
camino. Se ocupa de mantener al día un libro en el cual se anotan los nombres
de quienes nacen y se borran los de quienes mueren.
El cuarto
cielo es de plata fina. Un ángel, cuya altura es de quinientos días de camino,
derrama ríos de lágrimas causadas, sin duda, por la maldad de los hombres.
En el quinto
cielo, que es de oro, vive el ángel de la venganza, cuyo aspecto es
adecuadamente horroroso.
El fantasma se puso de pie.
Yo miraba la flor milagrosa.
-El sexto
cielo es de piedra transparente. El ángel que atiende allí es mitad de nieve y
mitad de fuego. Al parecer, se ocupa de tareas de vigilancia.
En el
séptimo cielo Mahoma se encontró con una criatura angélica de increíble
dimensión. Era más grande que la tierra. Tenía
70.000
cabezas. En cada una de ellas había 70.000 bocas y cada boca hablaba 70.000
lenguas que cantaban la gloria de Dios.
Yo me atreví a objetar que el
número de idiomas que presuponía esa cosmología era 70.000 al cubo, lo que
implicaba suponer que había más lenguajes que criaturas parlantes. El espectro
ni se mosqueó.
—A la
derecha del trono divino crece el árbol Cedrat. Sus ramas son más extensas que
el espacio que separa el sol de la tierra. Multitud de ángeles se recrean a su
sombra y unos pájaros inmortales repiten versículos del Corán.
Sus frutos
son suaves y dulces. Uno solo de ellos podría alimentar a todos los seres
vivientes.
De sus
semillas provienen las Huríes, unas jóvenes de altos senos, destinadas a
complacer a los creyentes. Se dice que su virginidad se restaura después de
cada acto amoroso. Otros sostienen que una sola gota de su saliva podría
endulzar el agua del mar.
Por un instante, me pareció
verlo suspendido en el aire.
—Hay también
otro árbol que tiene tantas hojas como habitantes hay en el mundo. En cada una
de ellas hay escrito un nombre. En la noche del Kadir el árbol se agita y caen
algunas hojas. Las personas cuyos nombres estén escritos en tales hojas morirán
durante el siguiente año.
Un detalle
más: en el paraíso islámico todos visten de verde.
— ¿Qué
sucede con los enamorados rechazados?¿Alcanzan su amor en el cielo?
El fantasma pensó un poco y
luego murmuró:
—No lo creo.
El fantasma IV
Pasó el tiempo y mis recursos
empezaron a agotarse. A veces, entregaba trabajos ajenos con la mayor
desvergüenza. Otras veces, faltaba redondamente a la cita. El fantasma nunca
hacía reproches.
Era un ser reservado y
sereno. En todas nuestras citas me hablaba de algún distrito celestial.
—Los indios pampas no
podían llegar al paraíso. El camino entre el cielo y la tierra, que en verdad
era la Vía Láctea, fue cerrado para siempre. Escuche bien.
Chachao, el
Viejo, el creador del mundo, solía bajar del cielo a entretenerse en la Pampa.
Una tarde, de puro aburrido, amasó con barro unos muñecos que se le parecían
lejanamente, como si fueran una caricatura de la divinidad. Su hermano Walichu
—el espíritu del mal— resolvió jugarle una broma y sopló sobre aquellas figuras
irrisorias.
Con ese
soplo les dio vida y así nacieron los hombres. Cuando advirtió lo sucedido,
Chachao se espantó y huyó al cielo. Con su facón cortó la galaxia y aisló para
siempre la región celestial.
Desde
entonces, Chachao vive solo, sin que parezca importarle demasiado el género
humano. En cambio Walichu se quedó en el mundo con los hombres y recibe de
ellos toda clase de homenajes.
Mire el
cielo: aún quedan señales de aquel episodio. En el firmamento austral se ve la
huella de un ñandú que en la confusión quiso seguir a Chachao. Esa huella es la
Cruz del Sur. Y también puede verse la marca de las boleadoras que el dios
indiferente le arrojó. Allá está: es la constelación del centauro.
-¿Usted cree que ella volverá a
quererme?
El fantasma V
Fueron tiempos duros. La
Mujer Amada estaba cada vez más lejos. Todo esfuerzo por despertar su interés
fue perfectamente inútil. El libro era la única esperanza. Lo fui escribiendo
penosamente.
Casi dos años después del
primer encuentro, el fantasma revisó la carpeta y contó 198 páginas.
—Falta muy
poco. No vale la pena que lo haga esperar hasta el mes que viene. Si me promete
que traerá las últimas hojas, le daré la flor hoy mismo.
—Prometido.
El fantasma sacó de su ojal
la flor roja, y me la alcanzó ceremoniosamente.
Ya oscurecía y la plaza
estaba más triste que nunca.
—Vaya —me dijo, y se
esfumó.
Aquella misma noche, la Mujer
Amada me rechazó de un modo definitivo.
El fantasma VI
-Le traje
Las dos últimas páginas. Pero quiero decirle que todo salió mal.
Me pareció adivinarle una
lágrima fantasmal.
—Lea. Lea lo que me ha
traído.
— ¿Para qué?
A usted no le interesa.
—Esta noche
sí. Lea.
Le leí la anteúltima página.
—El pensador
de Flores Manuel Mandeb razonaba que un Paraíso general era absolutamente
inapropiado para encontrar la dicha. Es evidente que lo que hace la felicidad
de unos promueve la desdicha de otros.
En su
extenso libro "Proyectos para la reforma del cielo", Mandeb confiesa
que la promesa del Edén se le convierte en amenaza, ante la posibilidad de
encontrarse allí con toda clase de sujetos desagradables.
También
especula con la casi segura ausencia de sus mejores amigos.
Al cabo de
una interminable serie de ejemplos, el hombre de Flores se decide a postular
que deben existir tantos paraísos como almas que los merezcan.
Las
objeciones son inevitables. Puede suponerse que ciertas dulces presencias han
de ser reclamadas en más de un cielo. Mandeb sugiere lisa y llanamente la
creación de fantasmas cuyas conductas garanticen la felicidad de cada
bienaventurado.
-No está mal
—dijo el fantasma.
—La flor no
sirvió.
—Ya lo sé.
Ella no lo querrá nunca.
—Usted hizo
trampa.
—No. La flor fue inútil
porque ella no es la Mujer Amada. Además usted no la necesita a ella. Usted
necesita la flor. Usted es la flor.
Le arrojé en la cara la
última página.
—Tome, ahora
podrá entrar al cielo.
—No hay
cielo ni hay infierno. Nunca volverá a ver a su padre muerto. El amor no
renace. La juventud no regresa. No hay milagros.
Los
fantasmas no existen y este libro que soñamos no es más que un fastidio de
textos que otros pensaron.
— ¿Quién es
usted?
El fantasma me devolvió la
última hoja,
—Leé, leé
para mí.
—Yo he
soñado con un cielo. Contaré lo que vi en mi sueño, agregando algunos goces que
faltaban.
Me vi
saliendo con mis amigos más queridos de la Universidad de
Salamanca.
Don Miguel de Unamuno acababa de darnos clase, Caminamos por un sendero
arbolado. A cada instante nos saludaban señoritas maravillosas. Una de ellas
nos invitó a una fiesta para esa misma noche. Supe el nombre de algunos
invitados: el hermano Platón, el hermano Shakespeare, el hermano Oscar Wilde,
el hermano Miguel Ángel.
Al cabo de
un rato comprendí que el paraíso estaba lleno de deliciosos problemas. Que
existía la incertidumbre y la esperanza y aun el desengaño. Pero que todo
asumía la más noble de sus formas.
Me crucé con
mi tío Pedro Balbi, que manejaba el enorme auto de mi abuelo Colombo. Iba a
buscar a mi padre para ir al Hipódromo.
Supe que la
noche anterior habíamos visto cantar a Carlos Gardel.
Ya cerca del
despertar, al final del camino arbolado, me esperaban unos ojos que ya no
existen. Y entonces tuve la certeza de que ese era el paraíso que Alguien había
pensado para mí, el único posible.
El fantasma, llorando, se fue
para siempre.
El libro del fantasma. Alejandro Dolina
2003. Ed. Planeta. Argentina.
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